Cuando estaba en bachillerato,
tuve un desacuerdo con dos compañeros, nos habían dejado hacer diagramas, asistía
a clases por las tardes y pase toda la mañana creando ese diagrama, estaba tan
emocionada que hasta se lo mostré a mi mamá, en la tarde comparando con dos
compañeros, desestimaron mi tarea, se empezaron a burlar de mi (odio que se
burlen de mí, es más lo detesto con todo mi ser), tome mi trabajo, me senté en
mi escritorio y comencé a llorar.
Llego el director y vio todo lo
que paso, para colmo nos llevaron a la dirección castigados “por pelear”, al día
siguiente sin previo aviso llego mi mamá, nos volvieron a llevar a la dirección
y en toda esa platica mi mamá dijo algo…
“Ustedes hicieron llorar a Danay,
y yo he visto más a mis hijos varones llorar que a ella”
A mis 16 años me di cuenta de mi
realidad, que no lloraba, que veía las cosas, sentía un inmenso nudo en mi garganta,
limpiaba mi rostro y seguía como si nada.
Hoy a mis 26 años me doy cuenta
que estoy en las mismas, pero ahora comprendo la importancia, de que, para ser
feliz, debo de llorar un poco, porque todo eso, se nos acumula en el alma, nos carcome
poco a poco; volviéndonos seres infelices, porque no viven su dolor, que creen
que llorar los hace débiles y que en este mundo no se puede ser débil.
Está bien, estar mal; está bien,
ser débil de vez en cuando.
Vale más
llorar que reír, pues podrá hacerle mal al semblante pero le hace bien al
corazón.